
“Sobrevivir en los fracasos y las escrituras cimarronas de lo cuir”
By: Por: Mabel Rodríguez Centeno
Una hora menos. Qué raro resulta el cambio de horario desde latitudes tan calientes, tan caribes, tan ¿salvajes? Claro, es que ese tiempo no es nuestro. ¿Nos fugamos?
En Puerto Rico “aprendimos a leer los tiempos de la naturaleza cuando se suspendió el tiempo humano” reza la voz de Sofía Gallisá Muriente en Celaje (2020). “Algunos tiempos sólo son visibles si están en tu memoria” porque “aquí nada es para siempre”. “El trópico se devora las ruinas del progreso”. Celaje es “una elegía a la muerte del ELA”, “una pieza de cine experimental que oscila entre la crónica íntima, el sueño y el documento histórico”. Como al archipiélago, se le acumulan “los desastres, las muertes y las ausencias”.
Retando las percepciones convencionales del tiempo, la pieza propone una temporalidad otra-nuestre y cuir que supone reescrituras históricas desde la lentitud y la constancia con que cambian las piedras. Es ser con la naturaleza. Es la admisión de la diminuta escala temporal de nuestra especie. Es la posibilidad de mirarnos desde “el rincón más antiguo de la isla”. Es “soñar que el mar se tragaba el cemento” y que rescatamos “ruinas con nuestras manos” para armar una historia propia con celajes, sobras, errores y fantasmas. Es la narración de la supervivencia gracias a los afectos. Es la historia desde las memorias amorosas de quienes ya no están y de los que continuamos por aquí.
Con las provocaciones de Sofía Gallisá llegué al cimarronaje como apertura histórica en el Caribe a la afirmación de celajes, esto es, de cuerpes en huida del orden dominante. En tanto tales, les cuerpes cimarrones fundan la temporalidad otra-nuestre, al margen de la regimentación del tiempo que, como nos recuerda Sidney Mintz, inauguró la plantación. Para múltiples pensadores y artistas caribeñes, la colonialidad es esclavitud y, ante eso, nos queda la fuga, devenir celajes. Pedro Lebrón propone que se trata de habitar el archipiélago como un mundo nuestre, como una “exterioridad del mundo eurocéntrico”, descrita, a partir del “derecho a la opacidad” de Édouard Glissant, como una cimarronería de la opacidad. Es decir, de cuerpes que transitan como celajes inapresables, dejando el rastro de su misterio incomprensible para el poder.
La historia de Puerto Rico tiene muchísimo de borraduras. Las narrativas sobre el archipiélago, desde el agotamiento aurífero del siglo 16 hasta la Real Cédula de Gracias de 1815, son las del fracaso material y moral, según los capitanes generales, enviados de la corona y los obispos. Pero a mí me gusta contarlas como grietas para vivir vidas-celajes, dispersas y muy propias, llenitas de libertad.
Pienso en la opacidad cuir, feminista y anticapitalista que me rodea. Cada vez que me fugo al Loverbar o al Taller Libertá me jayo en nuestra bella monstrosidad. Y me sé y nos reconozco, como celajes, en aquelles moradores cimarrones y libres de los siglos 16-18, que además, nunca han desaparecido. Ese otro-mundo está aquí. Viendo Celaje y escuchando Bairópolis de Ana Macho, junto al cancionero cuir de Alegría Rampante, Rita Indiana, Mima, Macha Colón, Lizbeth Román y tantes más, estoy segura de que hay porvenir en nuestra opacidad, tanto como en la de las piedras.